miércoles, 14 de agosto de 2019

(leer en caso de incendio)



















explicarte la vida
sus cicatrices y sus trasmundos
la belleza de un mandala
en la piel
explicarte el amor
su cara b
su luz violeta
donde eres hija y eres huérfana
explicarte a ti
fuera de ti
si lloras y te abandonas
explicarte
que tú
como los páxaros del norte
o como el arrullo del Annapurna
llevas —también—
sobre los hombros
el milagro
de una saga
de mujeres valientes.

                                                (para Alma, 24 de marzo de 2019)

lunes, 11 de marzo de 2019

(algoritmo)














un hilo
como una uve doble
a mediodía
raíz y médula
una tierra de ojos
lo puro
lo germinal
—saber desfallecer.
foto: chris anthony

martes, 12 de febrero de 2019

(percusión)





















llevo un ruido
de tribus
con sus tambores
por si el origen

(¿llevo mi cuerpo
o soy llevada?)

detrás de mí
el sol más grande

reconocer es el poema.
foto: oprisco

lunes, 28 de enero de 2019

(aprendizaje)



















desborda
desborda
y canta
luego viste de rojo
ante las descendidas
espera.
foto: chris anthony

jueves, 24 de enero de 2019

Presentación de "tratado de invierno" por Berta Piñán





Paloma o la generosidad


El primer impulso que una siente al leer la poesía de Paloma Corrales es el de irte rápidamente a tu casa y ponerte a escribir. A escribir como ella, claro está. Si escribes poesía, como es mi caso, resulta inevitable que en algún momento quieras escribir como Paloma. Después, cuando la conoces a ella, a Paloma persona y si además, tienes la inmensa fortuna de que te ofrezca su amistad, las cosas cambian radicalmente porque ahora lo que de verdad quieres es ser como ella, saber escuchar como ella, tener su voz, su generosidad, su bondad, su melena rubia, su inteligencia… hasta que te das cuenta de que, en realidad, no quieres ser como ella sino ser ella, vivir en una casa con Mediterráneo de fondo, hacer esa vida medio eremita que es lo más parecido a la fantasía de una vida de poeta y rodearte de esa familia inmensa, amable, acogedora y divertida que es el mundo de Paloma. Pero claro, ese es el momento en el que debes volver al impulso inicial y salir corriendo hacia tu casa y ponerte a escribir y conformarte con el hecho simple y extraordinario de leer, conocer y querer a Paloma.
Paloma Corrales es, con distancia, una de las personas más generosas que conozco y decir eso, en un mundo de mezquindades y tacañerías emocionales, creo yo que es decir mucho. Aunque no venga a cuento en una presentación de poesía. O quizás sí, quizás sí viene a cuento porque también quizás escribir poesía y escribir cómo y desde donde ella se coloca para hacerlo es, ante todo, un acto de entrega, de celebración, de generosidad extrema.


Paloma y el invierno


El invierno deja el paisaje desnudo, transparente, nos permite ver más allá, un segundo, un tercer plano, aquello que estaba oculto por la frondosidad, por el ramaje. El invierno produce veladuras, deja que la materia se muestre desnuda: “esto es una piedra, esto es un trozo de madera, esto es agua, humedad, esto es solo tierra, hielo, niebla” —tócalo, compruébalo—, parece invitarnos. Así también Tratado de invierno nos deja todo al descubierto, no hay aquí impostura, retórica vacía, solo una (melodía) que suena de fondo y que es la del poema: “como si el frío / llegara complicado / y con él / una suerte de grullas / me percibiera”.
Hay un despojamiento radical, una especie de limpieza implacable, una huida de lo consabido, de lo esperado y esperable de principio a fin. Queda entonces del poema el hueso, el tendón, el cartílago y la piel. Claro la piel, inevitable la piel. Pocas veces he visto un libro tan desnudo, tan despojado de tanto, tan vaciado de todo lo que no sea verso, poema, verdad. Un nombre, un lugar, una fecha de nacimiento. Eso es todo, el único añadido. Desde la nota de la solapa hasta el pequeño poema de la contraportada, desde la invitación inicial: “—entra / regístrate” hasta poema que hace de epílogo final en prosa, nada hay en este invierno que no sea verso, poema, cincel, voluntad de ser. Ni dedicatorias, ni citas, ni adornos: poesía de invierno, poesía de transparencias. Es como si la poeta nos recordara algo tan obvio y tantas veces olvidado: “mirad hacia aquí, nos dice, no os distraigáis, no miréis hacia otra parte, aquí estoy, esto es. Lo demás no importa.


Paloma y la elipsis vertical


Tratado de la elipsis, podría llamarse este libro y es que no de otra cosa va la poesía, creo yo. Decir, nombrar desde la consciencia de lo no dicho, de lo no nombrado, dejarse llevar por la emoción de las palabras hasta la línea del abismo y allí detenerse o no. Paloma Corrales maneja la elipsis desde una sabiduría que no viene del oficio, sino otra vez de la verdad, de esa constatación íntima de que todo está previamente dicho, de que solo nos queda sugerir como mucho, aquel “otro nuevo camino hacia la cascada”, que decía de Raymond Carver. Por eso Paloma corta, cercena, rebana trozos de lenguaje y nos deja asomándonos, inestables, confusas, al borde del acantilado. Por eso fragmenta y nos invita al juego, a la extrañeza. En la elipsis está lo que falta, lo que completa, lo desconocido, el poema, en definitiva. En los antiguos mapas de navegación portugueses, los límites del mundo se dibujaban con un trozo de océano sobre el que se escribía: “más allá, sólo hay dragones”. También Paloma Corrales nos lleva  con una mano por el verso al límite de la elipsis mientras con la otra mano nos sostiene, nos alienta, dibuja un mapa de imágenes poderosísimas, extrema la contención. Más allá, solo dragones, nos dice.
En el prólogo a su poesía vertical, Roberto Juarroz explicaba que, antes que nada, el poema se nos revela como invención” y que “la visión poética es, además, visión verbal”. Nada me parece más acertado para intentar explicar esa concentración verbal, esa manera de resignificar la realidad que son los poemas de Tratado de invierno y que nacen, creo yo, de una poderosa intuición sobre lo que es y significa la poesía para la autora. El poema se adelgaza, se estiliza, se estira, pero también se adensa, se solidifica, verso sobre verso, sílaba sobre sílaba, se hace vertical, columna, tronco. ¡Y qué difícil ese ejercicio de honradez poética que es deshacerse de todo lo hermoso superfluo! Hay un poema que no puedo resistirme a citar porque creo que no solo es una auténtica poética, sino uno los homenajes más bellos que he leído nunca a este oficio extraño que escribir poesía. Se llama precisamente “el tiempo de los versos”:


hago un puzzle
o eso digo
en realidad
pongo palabras
en un mismo poema
hoy puse
alrededor
de los arándanos
la avidez de la lengua
nueve palabras
tres horas casi.


Paloma y los pronombres


Sí, voy a hablar de gramática y de lenguaje porque la poesía es lenguaje y porque soy profesora de lengua y, como bien sabe todo el mundo, las profes de lengua no podemos resistirnos a estas cosas. Quiero hablar de gramática porque ¿cómo se puede escribir sin conocer a fondo la gramática de la lengua, esa cosa que suena tan académica y rancia pero que no es ni más ni menos que una abstracción de las estructuras profundas de la lengua? La gran Gloria Fuertes decía aquello de que hay mucha  gente que se casa sin ortografía y es muy feliz. Y seguramente tenía toda la razón. Pero la gramática es otra cosa y la poesía es, en mucha parte, un desafío al orden de la lengua, un reto punzante a la gramática. La poesía cuestiona el lenguaje, lo compromete y Paloma Corrales es una poeta consciente del lenguaje hasta en el aire que respira.
Poema tras poema, verso tras verso, asistimos a un fascinante juego de experimentación sobre las posibilidades del lenguaje. Ya estaba en Celebrar el aullido, su libro anterior, pero aquí la poeta lo lleva hasta sus máximas consecuencias. Es el verbo (la palabra) y el pronombre (el yo) lo que se pone en juego. Por eso Tratado de invierno es también un tratado sobre las posibilidades de esa partícula pequeña, modesta e identitaria, que es pronombre. Quién no recuerda aquellos versos de Pedro Salinas: “Qué alegría más alta: / vivir en los pronombres!”.
Pues es quizás esa alegría, esa felicidad del lenguaje lo que le permite a la autora el juego pronominal que sustenta buena parte del la sorpresa y del suspense del verso. Los verbos se pronominalizan con absoluta libertad  (“me cundes”, “me rehúyo”) o se fuerza el cambio de persona gramatical (“me ramifico”), los verbos impersonales se encarnan de pronto en pronombres y toman tierra, raíz (“lloverte” / "te nievan”) y los transitivos sueñan con un pronombre que solo es posible en la nueva realidad del poema (“se duele”, “me desocupas”, “me deshilvanas”). Y así, a lo largo de todo el tratado, como si fuera fácil, como si saliera solo. Por debajo de la naturalidad o más bien, en un plano paralelo, hay una arquitectura compleja que se desprende de cada página. Pero nunca un alarde de técnica, nunca una retórica que nos desvíe de lo esencial. Porque lo que nos deslumbra en este libro, lo que nos queda como resina en la punta de los dedos y nos quema y nos duele y nos convoca, sigue siendo el misterio, esa combinación exacta de palabras que es el poema y que, una vez compuesto, acabado, parece que hubiese estado ahí desde siempre. Esperándonos. Susurrándonos al oído. Y Paloma lo sabe y nos lo cuenta y nos emociona una y otra vez y, sólo necesita cuatro versos, así, sin más. Como en este poema maravilloso que tiene por título “el principio”:


buscar una palabra
en la delgadez de las nubes
rallar su luz
que pese poco.


Paloma y el árbol sagrado de la poesía


Había un árbol sagrado cerca de mi casa en la infancia. Un gran árbol sagrado, un tejo centenario, imponente y magnífico. Cada rama de aquel árbol, cada pequeño trozo de madera que recogíamos del suelo era como un tesoro en las manos. Con una navaja (en aquella infancia medio salvaje  siempre teníamos una navaja en el bolsillo) quitábamos la corteza y pulíamos la madera dura, densa, brillante. Había allí, en el corazón del árbol, una belleza escondida, siempre intacta, que nunca dejaba de fascinarnos. Aún hoy puedo recordar con los dedos de la memoria, su tacto suave y terso, su olor profundo a bosque. Estos días, leyendo el Tratado de invierno de Paloma Corrales, me he acordado de aquel tejo. Por su verdad, por su belleza. Cada poema de este libro es un trozo brillante, pulido, irrepetible, de poesía en estado puro. Como la naturaleza en mitad de un bosque, sus poemas nos atraviesan los sentidos, saben, huelen, se nos pegan a la piel, nos habitan. Son poemas que están poblados de vida, de pájaros, de orugas, de mirlos, de líquenes, de escarabajos, de materia en movimiento, tacto, agua, fluido. Estoy segura de que alguno de esos pequeños insectos o quizás algún ángel ha saltado directamente del jardín de Paloma al poema. Ella los invoca a transitar sus versos y después les busca sitio, lugar, asiento. Se ha quebrado la distancia, la frontera entre vida y poema, entre poema y cuerpo, entre cuerpo y verso. Y ahora hay en este invierno una primavera que bulle en el subsuelo, una celebración de la vida, de la poesía, del misterio de la palabra que se resiste a permanecer en silencio, que se interroga y se piensa a sí misma, que se duda.
Mary Oliver pensaba que el poema era un templo, un lugar para entrar y en el que sentir. Y esto es lo que sucede por la magia de la verdad, en la poesía de Paloma Corrales. Sus poemas son lugares habitables, nos acompañan, permanecen abiertos, ventilados, íntimos, disponibles, son la raíz y el tronco, y la rama y son la corteza y el corazón de ese tejo, de ese árbol sagrado de la poesía, de su poesía, que, como ella misma, es toda belleza, verdad.
En realidad, quizás no tenía que haber dicho nada sobre la poesía de Paloma, solo gracias. Y ya.




fotos: noelia palafox

lunes, 14 de enero de 2019

Presentación de "tratado de invierno"




Ahí estaré el próximo lunes presentando "tratado de invierno". Ya voy descontando los días y contengo la emoción, a lo mejor te apetece el abrazo y la poesía y te animas y nos vemos y brindamos.


cartel y foto: noelia palafox

viernes, 11 de enero de 2019

(enero)























la fragilidad de lo que huye
sus huesecillos
(ya no se dice pena)
la degradación es muy tenue
al compás
de la oruga.
foto: lori vrba

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