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En algunas ocasiones ya he compartido con vosotros la lectura de un libro. No considero que al hacerlo esté haciendo una reseña, o quizás sí. Al fin y al cabo, qué es una reseña.
Me siento hoy delante del teclado con algunas notas tomadas en el jardín para intentar contaros sobre “Una aproximación al desconcierto” (SIM Libros) de Javier Sánchez Menéndez. El motivo, como en casi todo lo que hago, surge del impulso (una es así, visceral), pero también lo provoca —un poco—, el cabreo. Me explico: leí algunas reseñas sobre este poemario después de haberme sumergido en él, y sencillamente me parecen injustas, pobres y escasas, tal vez no leí todas o no supe encontrar las adecuadas, qué sé yo. En cualquier caso, pienso que no se debería hablar de poesía desde la superficialidad ni desde el compromiso. No, no se debería. Es una falta de respeto para aquél que plasmó sus versos y se atrevió a compartirlos. La poesía es muchas cosas, pero por encima de todas: es esa búsqueda de lo inasible que bulle en el interior, y, por tanto, un riesgo.
No diré que “Una aproximación al desconcierto” ve la luz después de quince años de silencio poético del autor. No es del todo verdad. J.S.M ya había anticipado algunos de sus poemas en su blog La vida al filo de la espada, y es indudable, que, prácticamente a diario, allí comparte sus reflexiones sobre la vida y el mundo, y lo hace con mucha poesía.
“Una aproximación…” como su propio título indica, te desconcierta porque te remueve con absoluta sutileza. De una sencillez asombrosa, se nutre de versos despojados y directos. El mismo autor define su poemario como “un ejercicio lírico desde el centro del alma”.
Dividido en cuatro partes, yo diría tres y un broche final, te atrapa por lo esencial. No creo que haya una sola palabra al azar. El poeta elige su forma de decir, su expresión, y —desde su propio caos—, nos muestra sus diferentes “yo”, unas veces con lúcidas contradicciones, y otras con metafísica seductora y cotidiana, sin faltar destellos de ironía inteligente. Aproximarse al desconcierto no proporciona ninguna respuesta, sino todo lo contrario: sólo preguntas. No he podido dejar de interrogarme a mí misma según iba desgranando poemas, y eso, ya es un auténtico triunfo poético.
Los dos primeros poemas son un ejercicio de memoria, una vuelta atrás, a la infancia y a la adolescencia. Su lectura te enlaza a empatizar con la ternura (no siempre manifiesta) del poeta y con sus primeras experiencias. Es fácil llegar a la inmediata conclusión de que la poesía llegó pronto a la vida de Javier Sánchez Menéndez, por no decir que estuvo siempre. Toda esa primera parte, “Las limitaciones del lenguaje”, es vivencial, como si fueran poemas-cicatrices (Puerto Real, 1967; Primer amor; etcétera...), intercala recuerdos de un tiempo que revierte, y lo hace casi de una forma contenida; el pasado y el futuro del poeta son también su presente: “Toda una vida para conocerme/ y ya ves:/ estoy aquí:/ cansado del destino/ y de la muerte.”
“Ataques de cordura” o la genialidad del minimalismo, es la segunda parte de este poemario. Poesía condensada, no siempre diáfana, pero quizá esa pizca de encriptamiento la hace doblemente apetecible, como si para averiguar la intención del poeta, el lector tuviera que trasfundirse a la chispa creadora que engendró ese Ictus o ese Lapsus: “Impredecibles/ hicieron el amor/ muertos de miedo.” Esta segunda parte es como el sorbete necesario entre dos exquisitos platos. Para recapacitar y sentir algunas de las “sentencias” sorpresivamente reveladoras. Mini poemas (¿haikus?) con textura de lo incisivo y lo inminente.
Los siguientes diez poemas conforman la tercera parte del libro, “Clases particulares”. Si en la primera parte el tiempo revertía, en ésta, parece que el poeta estuviera fuera de él. Poemas profundos, con una densidad diferente, que como relámpagos desconcertantes transportan a zonas impenetrables del pensamiento y la existencia: “Una admiración siempre es incompatible/ y la actualizamos en torno a la palabra:/ el destino es el amor del hombre.”
En el poema “Todos los ejercicios” aparece un término inventado por el autor, histeriagrafía, que según su propia definición: “es el acto de redimir las culpas propias y ajenas mediante un verso.” Tengo la impresión (así me llega), de que ese es, justamente, el leitmotiv de todo el poemario. Para mí, su histeriagrafía, la de Sánchez Menéndez, es la piedra angular de “Una aproximación al desconcierto” y su hilo conductor.
Una vez más, y como siempre que comparto la pasión por un libro me estoy extendiendo, así que antes de aburriros, quiero deciros que el poemario se cierra con un magnífico e imprescindible poema “Segunda inclinación”, que ha merecido una subdivisión aparte “Última partida”. J.S.M no podía haber encontrado mejor forma de despedirse que regalarnos un surrealismo lleno de símbolos que te deja pensando en lo posible de lo imposible y en sus matices.
Escribí una vez un poema titulado “Leer en azul” que decía (cito de memoria): y entre el silencio y la palabra reconocer una vida superpuesta y transmutarla como propia. Así he leído “Una aproximación al desconcierto”. Así lo he sentido. En azul.
Gracias, Javier, mil gracias.
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