Paloma o la generosidad
El primer impulso que una siente al leer la poesía de Paloma
Corrales es el de irte rápidamente a tu casa y ponerte a escribir. A escribir
como ella, claro está. Si escribes poesía, como es mi caso, resulta inevitable que en algún momento
quieras escribir como Paloma. Después, cuando la conoces a ella, a Paloma
persona y si además, tienes la inmensa fortuna de que te ofrezca su amistad,
las cosas cambian radicalmente porque ahora lo que de verdad quieres es ser
como ella, saber escuchar como ella, tener su voz, su generosidad, su bondad,
su melena rubia, su inteligencia… hasta que te das cuenta de que, en realidad,
no quieres ser como ella sino ser ella, vivir en una casa con Mediterráneo de
fondo, hacer esa vida medio eremita que es lo más parecido a la fantasía de una
vida de poeta y rodearte de esa familia inmensa, amable, acogedora y divertida
que es el mundo de Paloma. Pero claro, ese es el momento en el que debes volver
al impulso inicial y salir corriendo hacia tu casa y ponerte a escribir y
conformarte con el hecho simple y extraordinario de leer, conocer y querer a
Paloma.
Paloma Corrales es, con distancia, una de las personas más
generosas que conozco y decir eso, en un mundo de mezquindades y tacañerías
emocionales, creo yo que es decir mucho. Aunque no venga a cuento en una
presentación de poesía. O quizás sí, quizás sí viene a cuento porque también
quizás escribir poesía y escribir cómo y desde donde ella se coloca para
hacerlo es, ante todo, un acto de entrega, de celebración, de generosidad
extrema.
Paloma y el invierno
El invierno deja el paisaje desnudo, transparente, nos
permite ver más allá, un segundo, un tercer plano, aquello que estaba oculto
por la frondosidad, por el ramaje. El invierno produce veladuras, deja que la
materia se muestre desnuda: “esto es una piedra, esto es un trozo de madera,
esto es agua, humedad, esto es solo tierra, hielo, niebla” —tócalo, compruébalo—, parece invitarnos. Así también Tratado de invierno nos deja
todo al descubierto, no hay aquí impostura, retórica vacía, solo una (melodía) que suena de fondo y que es la
del poema: “como si el frío / llegara complicado / y con él / una suerte de grullas / me
percibiera”.
Hay un despojamiento radical, una especie de limpieza
implacable, una huida de lo consabido, de lo esperado y esperable de principio
a fin. Queda entonces del poema el hueso, el tendón, el cartílago y la piel.
Claro la piel, inevitable la piel. Pocas veces he visto un libro tan desnudo,
tan despojado de tanto, tan vaciado de todo lo que no sea verso, poema, verdad.
Un nombre, un lugar, una fecha de nacimiento. Eso es todo, el único añadido.
Desde la nota de la solapa hasta el pequeño poema de la contraportada, desde la
invitación inicial: “—entra / regístrate”
hasta poema que hace de epílogo final en prosa, nada hay en este invierno que
no sea verso, poema, cincel, voluntad de ser. Ni dedicatorias, ni citas, ni
adornos: poesía de invierno, poesía de transparencias. Es como si la poeta nos
recordara algo tan obvio y tantas veces olvidado: “mirad hacia aquí, nos dice,
no os distraigáis, no miréis hacia otra parte, aquí estoy, esto es. Lo demás no
importa.
Paloma y la elipsis
vertical
Tratado de la elipsis, podría llamarse este libro y es que no
de otra cosa va la poesía, creo yo. Decir, nombrar desde la consciencia de lo no dicho, de lo no nombrado,
dejarse llevar por la emoción de las palabras hasta la línea del abismo y allí
detenerse o no. Paloma Corrales maneja la elipsis desde una sabiduría que no
viene del oficio, sino otra vez de la verdad, de esa constatación íntima de que
todo está previamente dicho, de que solo nos queda sugerir como mucho, aquel “otro nuevo camino hacia la
cascada”, que decía de Raymond Carver. Por eso Paloma corta, cercena, rebana
trozos de lenguaje y nos deja asomándonos, inestables, confusas, al borde del
acantilado. Por eso fragmenta y nos invita al juego, a la extrañeza. En la
elipsis está lo que falta, lo que completa, lo desconocido, el poema, en
definitiva. En los antiguos mapas de navegación portugueses, los límites del
mundo se dibujaban con un trozo de océano sobre el que se escribía: “más allá,
sólo hay dragones”. También Paloma Corrales nos lleva con una mano por el verso al límite de la
elipsis mientras con la otra mano nos sostiene, nos alienta, dibuja un mapa de
imágenes poderosísimas, extrema la contención. Más allá, solo dragones, nos
dice.
En el prólogo a su poesía vertical, Roberto Juarroz explicaba
que, antes que nada, el poema se nos revela como invención” y que “la visión
poética es, además, visión verbal”. Nada me parece más acertado para intentar
explicar esa concentración verbal, esa manera de resignificar la realidad que
son los poemas de Tratado de invierno y que nacen, creo yo, de una
poderosa intuición sobre lo que es y significa la poesía para la autora. El
poema se adelgaza, se estiliza, se estira, pero también se adensa, se
solidifica, verso sobre verso, sílaba sobre sílaba, se hace vertical, columna,
tronco. ¡Y qué difícil ese ejercicio de honradez poética que es deshacerse de
todo lo hermoso superfluo! Hay un poema que no puedo resistirme a citar porque
creo que no solo es una auténtica poética, sino uno los homenajes más bellos
que he leído nunca a este oficio extraño que escribir poesía. Se llama
precisamente “el tiempo de los versos”:
o eso digo
en realidad
pongo palabras
en un mismo poema
hoy puse
alrededor
de los arándanos
la avidez de la lengua
nueve palabras
tres horas casi.
Paloma y los pronombres
Sí, voy a hablar de gramática y de lenguaje porque la poesía
es lenguaje y porque soy profesora de lengua y, como bien sabe todo el mundo,
las profes de lengua no podemos resistirnos a estas cosas. Quiero hablar de
gramática porque ¿cómo se puede escribir sin conocer a fondo la gramática de la
lengua, esa cosa que suena tan académica y rancia pero que no es ni más ni
menos que una abstracción de las estructuras profundas de la lengua? La gran
Gloria Fuertes decía aquello de que hay mucha
gente que se casa sin ortografía y es muy feliz. Y seguramente tenía
toda la razón. Pero la gramática es otra cosa y la poesía es, en mucha parte,
un desafío al orden de la lengua, un reto punzante a la gramática. La poesía
cuestiona el lenguaje, lo compromete y Paloma Corrales es una poeta consciente
del lenguaje hasta en el aire que respira.
Poema tras poema, verso tras verso, asistimos a un fascinante juego de experimentación
sobre las posibilidades del lenguaje. Ya estaba en Celebrar el aullido,
su libro anterior, pero aquí la poeta lo lleva hasta sus máximas consecuencias.
Es el verbo (la palabra) y el pronombre (el yo) lo que se pone en juego. Por
eso Tratado de invierno es también un tratado sobre las posibilidades de
esa partícula pequeña, modesta e identitaria, que es pronombre. Quién no
recuerda aquellos versos de Pedro Salinas: “Qué alegría más alta: / vivir en
los pronombres!”.
Pues es quizás esa alegría, esa felicidad del lenguaje lo que
le permite a la autora el juego pronominal que sustenta buena parte del la
sorpresa y del suspense del verso. Los verbos se pronominalizan con absoluta
libertad (“me cundes”, “me rehúyo”) o se
fuerza el cambio de persona gramatical (“me ramifico”), los verbos impersonales
se encarnan de pronto en pronombres y toman tierra, raíz (“lloverte” / "te
nievan”) y los transitivos sueñan con un pronombre que solo es posible en la
nueva realidad del poema (“se duele”, “me desocupas”, “me deshilvanas”). Y así,
a lo largo de todo el tratado, como si fuera fácil, como si saliera solo. Por
debajo de la naturalidad o más bien, en un plano paralelo, hay una arquitectura
compleja que se desprende de cada página. Pero nunca un alarde de técnica,
nunca una retórica que nos desvíe de lo esencial. Porque lo que nos deslumbra
en este libro, lo que nos queda como resina en la punta de los dedos y nos
quema y nos duele y nos convoca, sigue siendo el misterio, esa combinación
exacta de palabras que es el poema y que, una vez compuesto, acabado, parece
que hubiese estado ahí desde siempre. Esperándonos. Susurrándonos al oído. Y
Paloma lo sabe y nos lo cuenta y nos emociona una y otra vez y, sólo necesita
cuatro versos, así, sin más. Como en este poema maravilloso que tiene por
título “el principio”:
buscar una palabra
en la delgadez de las nubes
rallar su luz
que pese poco.
Paloma y el árbol
sagrado de la poesía
Había un árbol sagrado cerca de mi casa en la infancia. Un
gran árbol sagrado, un tejo centenario, imponente y magnífico. Cada rama de
aquel árbol, cada pequeño trozo de madera que recogíamos del suelo era como un
tesoro en las manos. Con una navaja (en aquella infancia medio salvaje siempre teníamos una navaja en el bolsillo)
quitábamos la corteza y pulíamos la madera dura, densa, brillante. Había allí,
en el corazón del árbol, una belleza escondida, siempre intacta, que nunca
dejaba de fascinarnos. Aún hoy puedo recordar con los dedos de la memoria, su
tacto suave y terso, su olor profundo a bosque. Estos días, leyendo el Tratado
de invierno de Paloma Corrales, me he acordado de aquel tejo. Por su
verdad, por su belleza. Cada poema de este libro es un trozo brillante, pulido,
irrepetible, de poesía en estado puro. Como la naturaleza en mitad de un
bosque, sus poemas nos atraviesan los sentidos, saben, huelen, se nos pegan a
la piel, nos habitan. Son poemas que están poblados de vida, de pájaros, de orugas,
de mirlos, de líquenes, de escarabajos, de materia en movimiento, tacto, agua,
fluido. Estoy segura de que alguno de esos pequeños insectos o quizás algún
ángel ha saltado directamente del jardín de Paloma al poema. Ella los invoca a
transitar sus versos y después les busca sitio, lugar, asiento. Se ha quebrado
la distancia, la frontera entre vida y poema, entre poema y cuerpo, entre
cuerpo y verso. Y ahora hay en este invierno una primavera que bulle en el
subsuelo, una celebración de la vida, de la poesía, del misterio de la palabra
que se resiste a permanecer en silencio, que se interroga y se piensa a sí
misma, que se duda.
Mary Oliver pensaba que el poema era un templo, un lugar para
entrar y en el que sentir. Y esto es lo que sucede por la magia de la verdad, en
la poesía de Paloma Corrales. Sus poemas son lugares habitables, nos acompañan,
permanecen abiertos, ventilados, íntimos, disponibles, son la raíz y el tronco,
y la rama y son la corteza y el corazón de ese tejo, de ese árbol sagrado de la
poesía, de su poesía, que, como ella misma, es toda belleza, verdad.
En realidad, quizás no tenía que haber dicho nada sobre la
poesía de Paloma, solo gracias. Y ya.
fotos: noelia palafox