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miércoles, 27 de julio de 2011

Una aproximación al desconcierto

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En algunas ocasiones ya he compartido con vosotros la lectura de un libro. No considero que al hacerlo esté haciendo una reseña, o quizás sí. Al fin y al cabo, qué es una reseña.

Me siento hoy delante del teclado con algunas notas tomadas en el jardín para intentar contaros sobre “Una aproximación al desconcierto” (SIM Libros) de Javier Sánchez Menéndez. El motivo, como en casi todo lo que hago, surge del impulso (una es así, visceral), pero también lo provoca —un poco—, el cabreo. Me explico: leí algunas reseñas sobre este poemario después de haberme sumergido en él, y sencillamente me parecen injustas, pobres y escasas, tal vez no leí todas o no supe encontrar las adecuadas, qué sé yo. En cualquier caso, pienso que no se debería hablar de poesía desde la superficialidad ni desde el compromiso. No, no se debería. Es una falta de respeto para aquél que plasmó sus versos y se atrevió a compartirlos. La poesía es muchas cosas, pero por encima de todas: es esa búsqueda de lo inasible que bulle en el interior, y, por tanto, un riesgo.

No diré que “Una aproximación al desconcierto” ve la luz después de quince años de silencio poético del autor. No es del todo verdad. J.S.M ya había anticipado algunos de sus poemas en su blog La vida al filo de la espada, y es indudable, que, prácticamente a diario, allí comparte sus reflexiones sobre la vida y el mundo, y lo hace con mucha poesía.

“Una aproximación…” como su propio título indica, te desconcierta porque te remueve con absoluta sutileza. De una sencillez asombrosa, se nutre de versos despojados y directos. El mismo autor define su poemario como “un ejercicio lírico desde el centro del alma”.

Dividido en cuatro partes, yo diría tres y un broche final, te atrapa por lo esencial. No creo que haya una sola palabra al azar. El poeta elige su forma de decir, su expresión, y —desde su propio caos—, nos muestra sus diferentes “yo”, unas veces con lúcidas contradicciones, y otras con metafísica seductora y cotidiana, sin faltar destellos de ironía inteligente. Aproximarse al desconcierto no proporciona ninguna respuesta, sino todo lo contrario: sólo preguntas. No he podido dejar de interrogarme a mí misma según iba desgranando poemas, y eso, ya es un auténtico triunfo poético.

Los dos primeros poemas son un ejercicio de memoria, una vuelta atrás, a la infancia y a la adolescencia. Su lectura te enlaza a empatizar con la ternura (no siempre manifiesta) del poeta y con sus primeras experiencias. Es fácil llegar a la inmediata conclusión de que la poesía llegó pronto a la vida de Javier Sánchez Menéndez, por no decir que estuvo siempre. Toda esa primera parte, “Las limitaciones del lenguaje”, es vivencial, como si fueran poemas-cicatrices (Puerto Real, 1967; Primer amor; etcétera...), intercala recuerdos de un tiempo que revierte, y lo hace casi de una forma contenida; el pasado y el futuro del poeta son también su presente: “Toda una vida para conocerme/ y ya ves:/ estoy aquí:/ cansado del destino/ y de la muerte.”

“Ataques de cordura” o la genialidad del minimalismo, es la segunda parte de este poemario. Poesía condensada, no siempre diáfana, pero quizá esa pizca de encriptamiento la hace doblemente apetecible, como si para averiguar la intención del poeta, el lector tuviera que trasfundirse a la chispa creadora que engendró ese Ictus o ese Lapsus: “Impredecibles/ hicieron el amor/ muertos de miedo.” Esta segunda parte es como el sorbete necesario entre dos exquisitos platos. Para recapacitar y sentir algunas de las “sentencias” sorpresivamente reveladoras. Mini poemas (¿haikus?) con textura de lo incisivo y lo inminente.

Los siguientes diez poemas conforman la tercera parte del libro, “Clases particulares”. Si en la primera parte el tiempo revertía, en ésta, parece que el poeta estuviera fuera de él. Poemas profundos, con una densidad diferente, que como relámpagos desconcertantes transportan a zonas impenetrables del pensamiento y la existencia: “Una admiración siempre es incompatible/ y la actualizamos en torno a la palabra:/ el destino es el amor del hombre.”

En el poema “Todos los ejercicios” aparece un término inventado por el autor, histeriagrafía, que según su propia definición: “es el acto de redimir las culpas propias y ajenas mediante un verso.” Tengo la impresión (así me llega), de que ese es, justamente, el leitmotiv de todo el poemario. Para mí, su histeriagrafía, la de Sánchez Menéndez, es la piedra angular de “Una aproximación al desconcierto” y su hilo conductor.

Una vez más, y como siempre que comparto la pasión por un libro me estoy extendiendo, así que antes de aburriros, quiero deciros que el poemario se cierra con un magnífico e imprescindible poema “Segunda inclinación”, que ha merecido una subdivisión aparte “Última partida”. J.S.M no podía haber encontrado mejor forma de despedirse que regalarnos un surrealismo lleno de símbolos que te deja pensando en lo posible de lo imposible y en sus matices.

Escribí una vez un poema titulado “Leer en azul” que decía (cito de memoria): y entre el silencio y la palabra reconocer una vida superpuesta y transmutarla como propia. Así he leído “Una aproximación al desconcierto”. Así lo he sentido. En azul.


Gracias, Javier, mil gracias.


* Podéis adquirir cualquier ejemplar de SIM/Libros solicitándolo por correo electrónico a simlibros@gmail.com El libro se envía a lo largo de los siguientes cinco días laborables después del ingreso por cuenta bancaria. Sin gastos de envío para España.


martes, 10 de mayo de 2011

Laberinto carnal



"LABERINTO CARNAL"
de
ELVIRA DAUDET
Si queréis comprarlo pinchad aquí.


Tal y como se expresa en el etiquetado de abajo, no pretendo hacer una reseña sino el sencillo acto de compartir con vosotros una experiencia: la lectura de “Laberinto carnal” de Elvira Daudet.

Lo comencé a leer con avidez, era mucha el ansia de empaparme en unos versos tan esperados, sin embargo, en seguida me di cuenta de que no me iba a servir una lectura rápida. No es complicada la poesía de Elvira, pero sí de una profundidad deslumbrante y de una intensidad fuera de lo común, así que me preparé para una lectura más pausada.

El primer poema, “Palabras mortales”, presenta una visión del mundo que no por atroz es menos real, la poeta hace un recorrido desde el mismo instante de la Creación hasta nuestros días, en el que Dios está presente, sí, pero como sujeto pasivo o estatua y no por entrar en un tema religioso (que bien podría), no, más bien para preparar y concienciar al lector de que el ser humano es el único responsable de todas las barbaries de este mundo: “Cabalgaban los diablos victoriosos sobre alados corceles impacientes: el hambre/—arma blanda de probada eficacia— que asesina a seis niños por segundo; el Sida/—obscena peste de laboratorio— virus mortal que anida en los cuerpos amantes, (…)” . Después de este primer poema y ya despojada de toda superficialidad pude constatar en el libro un peso que antes no había sentido.

“Peces muertos” es casi una poética, Elvira Daudet poetiza la imposibilidad de abstraerse del mundo que la rodea, se muestra incapaz de dejar de sentir el dolor ajeno como propio, pero os garantizo que sus versos no corren el riesgo de ser “peces muertos”, más bien todo lo contrario, tienen un latido único que transgrede hasta lo más recóndito.

Fue en ese momento, tras la lectura de los dos primeros poemas, cuando supe que los poemas de Elvira me iban a leer, y no al revés, que iban a tocar todo el registro de emociones, el más conocido y el que trasfunde. Porque sí bien es cierto que en algunos poemas está ella misma sin ropa y sin adornos, en otros presta su desgarradora voz poética, y yo diría su corazón, a quienes sus ojos y su sensibilidad creen que más lo necesitan.

No quisiera extenderme, ni mucho menos comentaros todos los poemas, pero sí me gustaría dejar constancia de que he llorado, me he estremecido y me he conmovido hasta sentir cada poema como una vivencia personal, porque si algo tiene la poesía de Daudet es que se instala en el alma, aunque sólo sea para crear el conflicto de despertarla. Para mí habrá un antes y un después de este poemario y de la profunda huella que me ha dejado.

Son veintiún magníficos poemas que recorren el interior “laberíntico” del lector, como si te sometieses a una sesión de acupuntura o como si tuvieran una carga somática; te duelen, te pellizcan y te penetran como agujas. Llegan a la entraña porque desde la entraña están escritos y así lo escribe ella en el poema que cierra este imprescindible libro: “Escribo con cuchillo —escondido en el puño,/ en la inocente lengua, en la sesera—,/ hurgando sin piedad en las entrañas,/ como el preso que graba, con la sangre/ de sus venas abiertas como juncos,/ su obsesión en los muros de la celda,/ palabras deformadas que me explican.” Y eso es realmente lo que sucede con este poemario: te “abre en canal” para comprender un poco más la muerte, el amor, la política, la maternidad y la enfermedad, en definitiva, la vida y el mundo desde el punto de vista más humano, la vehemente humanidad de la propia poeta que se desborda en cada verso sin renunciar en ningún momento a la belleza que exige la poesía.

Nada más, sigo impresionada con la lectura de “Laberinto carnal” y creo que lo estaré durante mucho tiempo, ojalá supiera contaros con más detalle todo lo que me ha aportado, pero, sin duda alguna, lo mejor es que lo comprobéis vosotros mismos, arriba os dejo el enlace donde se puede comprar el libro.
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sábado, 10 de julio de 2010

"tiempo a destiempo"

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Con los ojos pegados al papel y ese brillo que los viste anticipándose a un tesoro su voz poética te recibe y tú te dejas, sale a tu encuentro desde las páginas, como una buena anfitriona: amable, profunda y divertida.

Te pierdes en la frondosidad de las palabras, en un tiempo de adentro, en un tiempo sin horas, en la sinrazón de la memoria, a la intemperie, por los campos Elíseos, o a la luz de una farola. Y las palabras se hacen protagonistas.

Y ríes y piensas y sientes y te emocionas y te estremeces, y vuelves a reír y reflexionas. Después, algunos poemas más tarde, esa voz primera ya es amiga, te susurra y te hace algunos guiños que distienden, pero antes de que lo pienses llega otro relámpago a deslumbrarte o -tal vez- alguna de esas ternuras insobornables:


“Tu cuerpo es un relato interminable
y como cualquier cuento de aventuras
de los que frecuentaba antes de ti
no quiero que se acabe.”


Sutileza, ironía, inteligencia, sentido del humor, alguna que otra metafísica, amor y genialidad, con un denominador común que hace de hilo conductor; el autor, el poeta: Jose Luis Zuñiga
, bajo mi humilde punto de vista, se refirma en cada poema y en cada verso porque late en ellos e incluso a algunos, no a todos, los doblega plantándoles cara, ingenio y arte. Te toma el pulso, te pasea por su tiempo, por sus calles, por la luz, por las penas, por las colas, por lo cotidiano y lo intangible, y todo ello con el singular "olor de sus versos".

Llegas al última página, un último poema te llena de infancia el alma, “en el parque”, con los ecos del que llueva que llueva, cierras el libro en la página 87, certificando y comprendiendo lo sugestivo del título; “tiempo a destiempo”.

Sonríes en silencio, acaricias la contraportada pensando que quizá se acabó demasiado pronto y una certeza inesperada te asalta: sabes que pronto volverá a reclamar una nueva lectura, a tus ojos y a ti.
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