
foto: beatriz morán
Renuncio a la mentira cotidiana
que infatigable habita la pared
sin saber que volvías del ayer
con tu blanca ternura empaquetada,
y cuando pienso así, cal y apariencia
alquitranan mis venas,
marchitan con rigor las consecuencias,
se me riza la pena.
Renuncio a los poemas de derroche
que irradian epitafios,
a la imaginación subjetiva de un escote,
a todos y cada uno de tus plagios.
Renuncio al desayuno de lo eterno,
al futuro inventado de amor previo
que se asoma a tus párpados amnésicos
cuando el sol te ilumina extraño y ciego,
y renuncio a la voz subordinada
que calla solitaria
el eco de las horas desnatadas
y la caries semántica.
Renuncio al sedimento de la muerte
que musita el estiércol
en la sorda paciencia de los diarios ausentes,
y adopto la verdad de los cerezos.
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Hoy, de nuevo, he querido escribir un poema que ya estaba escrito, en esa creencia que mantengo de que los poemas te encuentran, éste me ha asaltado, imposible no rendirse: c'est la vie...
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