miércoles, 28 de abril de 2010

Imperceptible





Nadie advierte la soledad invisible
que me escolta,
y sin embargo a mí me duele
permanentemente la distancia
de tus labios tan antiguos y perennes.

Creo que hemos sido espíritus inquietos
persiguiendo mariposas fluorescentes,
las palomas nos colmaron de aflicciones
en un futuro solemne y sin pasado.
Hoy, habitamos en los ecos indiscretos
de un encuentro irreversible e inventado
donde el sol ya no calienta como antaño.

Me queda de ti tu nombre,
y una suave dulzura que hace estragos
en esa soledad invisible que pasea de mi mano.


lunes, 26 de abril de 2010

Tango*




Tango (Él)

¿Dónde estarán? pregunta la elegía
de quienes ya no son, como si hubiera
una región en que el Ayer, pudiera
ser el Hoy, el Aún y el Todavía.

(Jorge Luis Borges)



Todo terminó al anochecer y él calló. Fue a beberse su existencia. Las frases no expresadas le horadaban el cerebro. No sabía bien qué clase de voluntad autoimpuesta le había obligado a callar –¿conciencia? ¿inconsciencia?- y ahora sentía que inevitablemente se hundía en el abismo. Todos sus sueños a la basura, a la que no merece la pena reciclar.

Se preguntaba si había sido el tiempo, breve pero intenso, o simplemente un sueño. Había sentido que él formaba parte de ella, como las páginas de un libro que si son arrancadas ya no es el mismo. La mano le tembló al sujetar la copa. Quiso traerse otros recuerdos. Es absurdo intentar recordar algo que no quiere se recordado. No obstante, aún lo intentó durante varios minutos y varios tragos. Inútil, ella regresaba -inmóvil e inasible- pero siempre ella.

Delante y sólo en algunos instantes de fugaz nitidez; el camarero, con su chaleco gris, llenaba su copa una y otra vez. Un último esfuerzo por otro recuerdo diluyéndose en volutas de humo azul. Nada. Él solo en el fondo. Sueños y recuerdos que quizá no tengan los mismos ingredientes pero que se elaboran con minuciosa e idéntica receta.

Un nudo atenazó su garganta e intentó sin mucho éxito resistirse a las lágrimas. Se había ido sin mediar una palabra, ahogándose en sus ojos y suplicando con la mirada un beso más. Su alma se retorcía desesperada.

Los acordes de un tango rasgaban la penumbra del bar. Una sonrisa de labios rojos y sin rostro le susurró al oído:

- ¿Bailas?

Y bailó.

Bailó tango como nunca lo había hecho, con la perfección de los movimientos que dicta el corazón. Porque a veces un tango habla más directamente al alma que un poema de amor.

Y bailó con la mujer de la sonrisa sin rostro porque sabía que sería el último tango con Ella.

Bailó hasta el amanecer.

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Tango (Ella)

¿Dónde estarán aquellos que pasaron,
dejando a la epopeya un episodio,
una fábula al tiempo, y que sin odio,
lucro o pasión de amor se acuchillaron?

(Jorge Luis Borges)



Tenía la certeza de la última vez. Se despidió en cada caricia, en cada centímetro de su piel. Le llenó de adioses las caderas. Se miraron una eternidad que duró unos segundos y le dejó marchar. Una frase de despedida quedó suspendida en sus labios. Todavía se permitió diez minutos de oscuro silencio antes de enjuagarse los besos. Un único pensamiento -cruel e insistente- martilleaba su cerebro fundiéndolo a negro. Se sintió morir.

- No, no volverá.

Condujo pensando si alguna vez podría volver a sentirse recorrida con tanta intensidad. Sentía que se habían fundido sin palabras. Quería todo de él: su saliva, su semen, su aliento. Le constaba que más allá de su cuerpo, en aquella anodina habitación, había entregado su alma para siempre. Y sabía lo difícil que sería (no) vivir sin él.

Se descalzó antes de abrir la puerta. Tragó saliva varias veces en un esfuerzo estéril por no romper a llorar. Un dolor agudo le oprimió el pecho al recordar su última y suplicante mirada. Mirada que se grabó en su mente antes de verificarse.

Deslizó cuidadosamente la puerta y una suave música de tango rompió el silencio.

- Te esperaba – le susurró una voz.

Una mano urgente rebuscó entre sus muslos. Se rindió sintiéndose ajena a su cuerpo y se dejó penetrar por acordes de bandoneón. A bocanadas. En lentas sacudidas.

Y sucumbió.

Soñó que bailaba un tango con Él y con su implorante mirada. Sincronizó cada movimiento de su pelvis al compás del ritmo hipnotizante. Porque a veces –durante algunos instantes- un tango enajena más el alma que una botella de ron.

Sucumbió hasta el amanecer.


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*Voy a estar algunos días sin ordenador, no, no es que haya decidido hacer una cura de desintoxicación, sólo que lo voy a cambiar.
Os dejo estos dos breves relatos que escribí también al principio del blog, los colgué según nacieron en el tiempo y siempre he pensado que deberían ir juntos, así que esta es una magnífica ocasión para unirlos.

Gracias de antemano por vuestra lectura, espero que los disfrutéis.

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